viernes, 27 de octubre de 2017

- Sirio – Olaf Stapledon


Año 1944

Sirio es posiblemente la mejor “Novela” de Olaf Stapledon, si, quitamos del grupo “Novela” Hacedor de estrellas. Esta ultima, personalmente lo definiría como un ensayo filosófico del universo. En Sirio, Stapledon, muestra sus mejores dotes como narrador e intenta con mucho acierto, acercar al lector a sus reflexiones filosóficas bajo un enfoque mucho más “humano”, especialmente difícil si tenemos en cuenta la naturaleza del protagonista del libro.









La novela presenta la historia de un perro, “Sirio” que de manera artificial se le aumenta la inteligencia a un nivel nunca visto. La novela intenta, y lo consigue, crear «observador totalmente objetivo e independiente» que pueda juzgar a la sociedad humana contemporánea. Se trata de la primera novela, en abordar este punto de vista, en el futuro Simak lo volveria ha hacer con Ciudad (1952) y Keyes con Flores para Algernon (1966) este último más especializado en la inteligencia artificial potenciada.  

A principios del siglo XX la mayoría de los escritores de ciencia ficción enfocaban sus historias en imaginar la siguiente evolución del hombre. Pero, hubo unos pocos que fueron un poco más allá y escribieron grandes historias sobre la evolución de otras especies, desde criaturas inventadas hasta animales comunes.

Algunos de los primeros ejemplos de este tipo de narración fueron “La isla del doctor Moreau” (1896) de H.G. Wells, “Más allá de la cueva de la esfinge” (1933), de Murray Leinster; “La isla de Proteo” (1936), de Stanley G. Weinbaum; o “El Fiel” (1938), debut de Lester del Rey. Más adelante, Clifford D. Simak plantearía en “Ciudad” (1952) la posibilidad que los perros inteligentes se adueñaran del planeta tras la marcha del hombre. Y en “Onda Cerebral” (1953), Poul Anderson imaginaba qué pasaría si todos los seres de la Tierra, animales incluidos, dieran un enorme salto intelectual tras sufrir los efectos de un campo de energía cósmico.




Bajo el pretexto de la experimentación científica y la reflexión sobre qué significa ser humano, estos autores, intentaban encontrar la respuesta a diversas preguntas como, por ejemplo, ¿Es suficiente para ello la inteligencia tal y como la conocemos?, ¿Ha de ser ésta completamente humana?, ¿Qué papel juegan los sentimientos, la ética o la religión en eso que entendemos por humanidad?

Para la teología judeo-cristiana, lo que nos hacía humanos era el alma y el haber sido creados a la imagen de Dios (imago Dei). Esto nos separaba de los animales y las plantas, pero lo único que nos diferencia de los ángeles es el hecho de ser corpóreos. Vale decir que los teólogos hasta el día de hoy no están de acuerdo sobre lo que significa esta frase, y las interpretaciones van desde la tradicional, en la cual el imago Dei es la capacidad de razonar, las emociones y la espiritualidad (Agustín de Hipona), hasta aquellos que piensan que, dentro del contexto mitológico del Génesis, la frase se refiere a una imagen plástica y literal (Von Rad).

La filosofía clásica, por su parte, ofreció respuestas que prescindían de Dios. Es famosa la anécdota que relata Diógenes Laercio sobre Platón (Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, libro VI). Cuenta que éste había definido al ser humano como “animal bípedo implume”, ante lo cual el filósofo cínico Diógenes de Sínope respondió arrojando un pollo desplumado al interior de la Academia gritando: ¡Aquí está el hombre de Platón!



 Vendría a ser su alumno, Aristóteles, quien proveyó la definición más importante e intentó caracterizar de manera más exacta al ser humano para distinguirlo de los animales. Así, tanto en De Anima como en Política dice que “el hombre es el único entre los animales que posee el don del lenguaje” y también “el único que posee razón”. A partir de esas características fue usual definir a nuestra especie como animal racional o lógico, la palabra griega logos incluía la idea de pensamiento + expresión.

Esto último influyó en las categorías biológicas y antropológicas posteriores, tales como Homo sapiens (Linneo), que se refiere a un homínido especial con la capacidad de hacerse sabio. O Homo faber (Bacon), que destaca la habilidad de fabricar. Igualmente, Homo symbollicus (Cassirer), donde lo primordial es la creación de abstracciones y símbolos. Con Descartes la animalidad se pierde, ya que nos define como res cogitans o “cosa que piensa” Link. No sé ustedes, pero a mí me hace más gracia que me llamen animal a que me digan cosa, aunque por lo visto al filósofo francés no le molestaba ser “cosificado” …

Dos siglos más tarde nos encontramos con Darwin. Con la teoría de la evolución se inaugura una nueva forma de entendernos a nosotros mismos y nuestra relación con el resto de las especies. En general, el consenso científico hasta hoy plantea que, mucho de lo que nos separa del resto del reino animal tiene más que ver con cantidad que con cualidad. Así ya lo expresó Darwin en el capítulo III de su libro El origen del hombre. Link



En medio de estas historias el gran Olaf Stapledon se atreve a escribir una novela en el que el protagonista es el mismo animal inteligente, el perro llamado Sirio. Bajo mi punto de vista una autentica genialidad. Después de analizar Hacedor de estrellas en el blog, con "Sirio" nos encontramos una novela radicalmente diferente. Así como en Hacedor de estrellas la historia es secundaria y la parte importante es el análisis filosófico de la creación y una hipótesis del final del universo, esta novela es completamente diferente. Nos encontramos con un Olaf Stapledon mucho más personal, cercano y que juega con nuestros sentimientos de manera magistral. Todo en base al protagonista, un perro. ¿A caso no es una genialidad?

El escritor británico, posiblemente se veía a sí mismo más como un filósofo que como un novelista. De hecho “Juan Raro” y “Sirio” son las dos únicas novelas suyas que podríamos decir que encajan en el formato de novela. Las dos estudian y tratan la súper inteligencia, en el primer caso de un humano y en el segundo de un perro. Aunque el estudio no se queda solo en el plano científico, sino que nos acerca a aspectos psicológicos.

 
En la novela se nos explica la historia de Thomas Trelone, es un científico empeñado en aumentar la inteligencia de los animales hasta niveles humanos. Tras experimentar con varias especies (entonces no se había descubierto aún el ADN, por lo que dichos experimentos consistían en la inoculación de hormonas y sustancias al feto), opta por los perros ovejeros, criaturas que disfrutan de una especial y muy antigua relación de confianza con los hombres. Sus esfuerzos se prolongan durante años, pero finalmente consigue un ejemplar excepcional: “Sirio”.

La novela no explica la como “Sirio” va desarrollando su inteligencia. La narración abarca las diferentes etapas de su vida, desde que es un cachorro has que alcanza la madurez plena. El autor juega con dos puntos de vista: los instintos caninos del protagonista y la tutela humana que se ejerce sobre él. Entre estas dos perspectivas, nos cuenta de qué forma va gradualmente consiguiendo su emancipación de la tutela humana. hasta encontrar, fugazmente, su lugar en el mundo. Todo ello contado tanto des del punto de vista del protagonista como des del de aquellos que le rodean.

En la novela, Stapledon da la sensación de quererse alejar de todos los tópicos que rodean la ciencia ficción, no encontramos ninguna referencia naves espaciales o viajes en el tiempo, sino todo lo contrario. La novela se desarrolla en un pequeño pueblo de Gales en un espacio de tiempo muy específico, una Inglaterra sumergida completamente en la II Guerra Mundial, la que el autor vivió en primera persona.

Si examinamos globalmente la novela, la sensación es que “Sirio” es un vademécum de varias de la preocupaciones éticas, existenciales y filosóficas del autor. Por ejemplo, el de la responsabilidad del científico hacia el resultado de su trabajo. Trelone, el “padre” de Sirio exclama: “Me siento como Dios debió haberse sentido con Adán cuando éste obró mal: moralmente responsable”. De esta forma, la novela retoma la preocupación sobre el uso de la ciencia y la responsabilidad de quienes la practican, un tema que apareció con el nacimiento del mundo contemporáneo y que Mary Shelley convirtió en la base de su obra atemporal “Frankenstein” (1818).

Trelone contempla a su creación como un éxito científico, una herramienta con la que profundizar en sus conocimientos biológicos y de psicología animal. Quiere que Sirio permanezca alejado lo más posible de la parte más oscura del mundo, por lo que es educado en secreto en una granja aislada de Gales. Siente un afecto genuino por el perro, sí, pero también hace gala de una inconsciencia alarmante al no comprender que ha creado. Un ser dotado de emociones e intereses que la sociedad humana no podrá satisfacer. Intenta ofrecer a su creación posibilidades de futuro (integrándolo en la comunidad científica de Cambridge, enviándolo a los barrios pobres de Londres para que tenga una nueva perspectiva de la naturaleza del hombre), pero no entiende que Sirio es algo más que un ser intelectualmente puro con el que debatir sobre las cuestiones que a él le interesan.




 Si comparamos la vida de consigue llevar Sirio con la de Frankenstein son radicalmente distintas. Así como Frankenstein es objeto de rechazo, Sirio consigue vivir de forma “razonable”, en parte gracias al cariño que le proporciona la familia Trelone y especialmente el amor de la hija del matrimonio, Plaxy. Un amor que, como ya comentaré más adelante, es recíproco, y uno de los temas más interesantes del libro. Un sentimiento omnipresente que atraviesa la barrera entre especies.

Respecto a la evolución de Sirio, podemos decir que alcanza su madurez marcándose una meta y de esta manera desarrollar su inteligencia. Durante el periodo en el que los jóvenes de Inglaterra parten a luchar en la guerra, en la cual muchos de ellos van a morir, Sirio se convierte en el mejor gestor de la granja vecina a su casa, la de Pugh. Sus capacidades físicas e intelectuales llevan a mejorar el rendimiento de esta, ya que consigue encontrar el equilibro perfecto entre su parte animal y su parte más humana y, finalmente, entender ambas. Aunque este equilibrio terminará pronto.

Stapledon subtituló la novela como “Una Fantasía de Amor y Discordia”, lo que resulta una descripción muy acertada, puesto que ambas cosas se pueden encontrar aquí en abundancia. Como en “Juan Raro”, la parte final es sombría y trágica, casi como si de un relato de terror se tratara, en el que una bestia asesina, invisible y misteriosa siembra la muerte en la campiña de Gales. No podía ser de otra manera. Sirio es el único de su especie. Aunque Trelone había logrado crear otros súper perros, incluso los más inteligentes estaban muy por debajo de sus capacidades. Nunca pudo recrear en otros especímenes las condiciones que dieron origen a la mejor de sus creaciones.



Más allá del seno de la familia Trelone, Sirio tiene experiencias positivas con varias personas, sobre todo con Pugh, el granjero que le enseñó el oficio de pastor ovejero; pero también aprende que no todos los humanos son tan generosos y comprensivos como aquellos con los que creció. De hecho, a lo largo de la novela, Sirio se siente varias veces dividido acerca de sus sentimientos hacia la humanidad. A menudo se siente frustrado cuando examina los defectos de la especie “superior”: “En los perros la lealtad era absoluta y pura. En los hombres estaba siempre inficionada de egoísmo. ¡Cielos! Eran insensibles de veras. Ebrios de sí mismos no sentían otra cosa. Había algo de rastrero en ellos, algo de serpiente”. Al final, Sirio se da cuenta que siempre estará conectado con la humanidad, aunque esta relación siempre será una relación de amor-odio.

En toda la novela Sirio, experimenta de manera recurrente un sentimiento muy profundo, la soledad, pero no solo la soledad como ser, sino la soledad de verse atrapado dentro de un cuerpo canino. Siente que este cuerpo le priva de interactuar de forma abierta y natural con los humanos. También deja claro en repetidas ocasiones los problemas con el mundo material humano (el momento que intenta utilizar unas tijeras es sublime).

Esa frustración, combinada con su soledad, hace aflorar un conflicto interior desgarrador entre sus sensibilidades, emociones y ética humanas por un lado, y su naturaleza e instintos caninos por el otro, llegando a puntos de extrema tensión: “(…) no puedes hacer un mundo para mí. En verdad, no es posible que tenga un mundo, pues mi misma naturaleza carece de sentido. El espíritu que mora en mí necesita el mundo de los hombres, y el lobo que también mora en mí necesita la vida salvaje. Yo sólo podría vivir en el país de las maravillas de Alicia, donde pudiera comer la torta y conservarla a la vez”.

Por si la tragedia de Sirio no fuera poco, la novela introduce otro tema mucho más dramático y complicado, el amor humano que siente por Plaxy. Criados juntos desde pequeños, la conexión entre ambos es muy especial, no exenta de altibajos a tenor de los cambios que la muchacha va atravesando en su tránsito de niña a mujer. Stapledon retrata con brillantez y agudeza emocional la incomprensión que se abre entre ambos cuando Plaxy empieza a vivir experiencias fuera de su hogar (universidad, primeros amores, profesores…) que Sirio jamás podrá entender; y, al contrario, Plaxy no puede “meterse” en los sentidos caninos de Sirio que moldean la manera de interpretar el mundo humano. Pero tras esas diferencias, el drama de la guerra, la tragedia familiar, la madurez y las experiencias vuelven a unirlos todavía más estrechamente que antes.


Robert, esposo de Plaxy, es el narrador en primera persona de la novela, de forma retrospectiva y a modo de tragedia, del paso por el mundo de Sirio y, sobre todo, la especial relación de éste con su esposa Plaxy. Robert mantiene con Sirio una relación de “amor-odio” y “amistad-rivalidad” que recuerda a la que en “Juan Raro” tenían el protagonista y su amigo Fido. Y el motivo de fricción entre ambos es su rivalidad por la atención y el afecto de Plaxy. El flirteo de la novela con el tabú sexual del bestialismo añade a la historia un grado suplementario de complejidad y tensión emocional.

En los años setenta, en Europa la ciencia ficción era considerada un género para adultos. Por lo que, juntamente con la sociedad, empezaron a romperse algunos tabúes. En especial el sexo. Autores distópicos como Yevgeni Zamyatin, Aldous Huxley y, más adelante, George Orwell incluyeron las relaciones sexuales como parte del retrato de sus respectivas sociedades futuristas.

Pero lo que hace Olaf Stapledon en esta novela es dar no un solo paso más allá, sino posiblemente, el paso más agigantado hecho hasta la fecha. Aunque en la novela no se haga una referencia directa a la relación entre Sirio y Plaxy, cualquier lector que lea un poco entre líneas puede deducir que la relación entre ambos es más que simple amistad:

“Sirio la besó en la mejilla. Ambos estaban muy cansados, y pronto empezaron a bostezar. Plaxy encendió una vela y apagó la lámpara. En la habitación vecina la esperaba su viejo lecho, y en el piso estaba la cesta de dormir de Sirio, con su colchón circular. ¡Cosa rara! Habían crecido juntos, niña y cachorro, compartiendo la misma habitación, y aun ya mujer, Plaxy estaba acostumbrada a desnudarse delante de Sirio sin ningún recato. Pero ahora sintió, de pronto, una curiosa timidez”.

Pero no se queda aquí.

“Nació entre ellos una mayor intimidad, no siempre, para muchos, muy comprensible. La propia Plaxy, a pesar del cariño que sentía por Sirio, se sentía cada vez más turbada, pensando que podía perder irrevocablemente todo contacto con su propia especie, y aun llegaba temer que en aquella extraña simbiosis pudiera perder la humanidad misma. (…) Plaxy creía realmente que su propia vida era entonces símbolo adecuado de una profunda unión espiritual. Sus accesos de mal humor nacían del temor a alejarse de los seres humanos normales. El llamado de su especie seguía reclamándola; los solemnes tabúes de la humanidad la dominaban aún, aunque había declarado hacía tiempo su total independencia. Un día le dijo a Sirio:

—Quizá soy ahora una perra con cuerpo de mujer, la humanidad se ha vuelto contra mí.

—No, no —protestó Sirio—. Eres siempre muy humana; pero como eres también algo más que humana, y yo soy algo más que perro, podemos elevarnos por encima de nuestras diferencias, franquear el abismo, y vivir esta unión de opuestos.”



Aunque en Europa la mente de la sociedad era un poco más abierta a hablar de la sexualidad que en Estados Unidos, pero hablar de un tema, como la zoofilia, en esa época no era del agrado de todo mundo. Incluso en la novela se hace referencia a ello, tal y como en el libro afirman los escandalizados vecinos de Sirio y Plaxy. Ya en un caso anterior, el del científico y escritor Edward Heron-Allen y su relato “La Chica Guepardo”, el tema del sexo entre especies había merecido la censura inmediata y el rechazo a su inclusión en una antología de cuentos, “The Purple Saphire” (1921). En el caso de “Sirio”, Stapledon tampoco se libró de tener que recortar ciertos pasajes, pero finalmente su delicadeza y cuidadosa elección de ideas y palabras permitieron que este libro no sólo viera la luz, sino que hoy siga siendo un clásico pese a los escabrosos territorios que transita en algunos pasajes.

Una vez analizada la novela, creo que es una historia única que a día de hoy aún no ha tenido, en la ciencia ficción, un competidor. Hay muchos otros autores que lo han intentado, como por ejemplo Stephen Baxter y su "Trilogía del Mamut". Pero Sirio es único, ninguna de las novelas que he tenido el placer de leer logran alcanzar la brillantez con la cual Stapledon se adentra en la mente de un perro. Posiblemente lo más fascinante, y a la vez difícil de conseguir, es que en ningún momento Sirio parezca inverosímil o sobreactuado. Esto dice mucho de la calidad literaria del autor, aparte del esfuerzo de documentación y reflexión que realizó para introducirse en una mente cuyo núcleo, al fin y al cabo, es el de un animal.

De forma voluntaria y muy inteligente Olaf utiliza a Sirio para diseccionar la condición humana, analizando temas tan complicados como: la política, la teología, la mortalidad, el arte, la psicología… entre muchos otros. Véase en el siguiente extracto de la novela.

El incipiente desprecio de Sirio hacia los seres humanos tenía también otras causas. Como pensaban que «era sólo un animal», se desnudaban ante él completamente. En presencia de algún otro hombre, seguían las normas aceptadas, y se indignaban al descubrir alguna infracción. Pero si pensaban que nadie los veía, caían en las mismas transgresiones. Por supuesto, podía esperarse que en presencia de Sirio se escarbarían la nariz (…) y otras cosas parecidas. Pero lo que más indignaba a Sirio era la insinceridad. La señora Pugh, por ejemplo, que lamía a veces las cucharas en lugar de lavarlas, regañaba indignada a su hija por hacer precisamente lo mismo. El peón Rhys, asiduo concurrente a la iglesia, y severísimo en cuestiones sexuales, no vacilaba cuando se creía solo en aliviar de algún modo la tumescencia sexual. Sirio no criticaba la conducta del hombre, pero su hipocresía le repugnaba. Esa falta de sinceridad, pensó, era quizá causa principal de aquella cólera y hasta aquella repugnancia física que a veces parecían dominarlo”.

Mientras que su ficción más tardía, como “Darkness and the Light” (1942), “Old Man in New World” (1944), “Death into Life” (1946) y especialmente “The Flames: a fantasy” (1947) –que especula sobre la vida en el interior de estrellas como el Sol- sigue siendo interesante, las  verdaderas obras maestras de Stapledon fueron desde el comienzo y hasta hoy “Primera y Última Humanidad”, “Hacedor de Estrellas”, “Juan Raro” y “Sirio”. En éstas el autor consiguió sintetizar las ansiedades de la época y las tensiones entre la ética individual y colectiva que tanto preocupaba a muchos artistas de los años treinta y cuarenta, al tiempo que empequeñecía el papel de la Humanidad en un cosmos inabarcable e incognoscible por nuestras limitadas mentes. Stapledon no fue consciente de ello, pero su talento aportó a la ciencia ficción literaria algunas de sus novelas más ambiciosas y relevantes. Tan importante como su labor de cronista de los temores y esperanzas que en los años treinta se albergaban sobre el futuro, fue su papel de mentor intelectual de escritores posteriores como Arthur C. Clarke, Brian Aldiss, James Bliss o Doris Lessing. Bien conocido por los profesionales y buenos aficionados al género, su figura y obra sigue siendo, por desgracia, desconocida para el lector ocasional, quizá debido a las dificultades formales y conceptuales que presentan las novelas mencionadas. Con todo y sin duda alguna, un autor a recuperar.

Puede que su protagonista sea un perro, pero también es tan humano o más que muchos de nosotros. Esa posición única le permite examinar con ojo crítico, nunca satírico, nuestras contradicciones más íntimas, nuestros secretos más inconfesables.


 Thanks Juliet has a gun for your help ;)

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