miércoles, 2 de noviembre de 2016

Año 1895


Herbert George Wells (HG Wells) es considerado por muchos como el padre de la ciencia ficción y bajo mi punto de vista si hay alguien que puede ostentar este título es él.


 





 


 

Wells vino al mundo en una casa situada en la calle principal de un pequeño pueblo Bromeley (Kent) muy cercano a Londres y que hoy en día está integrado como un barrio más de la capital británica. En el momento de nacer su padre Joseph, y su madre Sara, eran propietarios de una pequeña tienda de objetos decorativos para el hogar, especializados en objetos de porcelana. Los padres, se habían conocido siendo sirvientes en una mansión noble de la comarca. El padre era el jardinero de la familia y ella una de las doncellas. A base de muchos esfuerzos y de ahorrar durante mucho tiempo lograron reunir el dinero necesario para montar el negocio. El negocio no funcionaba especialmente bien, y el nacimiento de H. G. Wells, tercer hijo varón del matrimonio, aumento las preocupaciones de la familia. Debido a los problemas económicos los padres se vieron con la necesidad de encontrar nuevas fuentes de ingresos para sacar a delante a la familia, y así es como su madre vuelve a su antiguo empleo de doncella, el padre por su parte, aporta otra entrada monetaria a la familia gracias a su habilidad jugando al cricket.


 


 

Debido al estado en que se encontraba la economía familiar, Wells, ejercicio como aprendiz en varios oficios. Pero, en lo que realmente sobresalió fue en los estudios, esto le hizo merecedor de una beca para asistir a la "Normal School of Science" de Londres. Esta institución no gozaba de categoría universitaria pero contaba entre su profesorado al eminente biólogo y darwinista Thomas Huxley abuelo del futuro novelista Aldous Huxley. Más adelante Wells contaría en una entrevista que el año que tuvo clase con T. Huxley fue: <<sin duda alguna, el más instructivo” de su vida.>> y que <<Al final de aquella época, había obtenido una visión bastante clara y completa del universo real>>.


En los libros de Wells se puede distinguir una mezcla influencia que tuvo durante esta época de su vida. Por un por un lado la división social de clases a través de la que tuvo que abrirse paso, y, por otro, las enseñanzas de Huxley. Mientras que el humanismo científico y su enérgico proselitismo de la teoría de la evolución son muy evidentes en la obra de Wells, media en ellos una intencionalidad social. En una meritocracia, un individuo con el talento de Wells podría haber ascendido fácilmente; pero Gran Bretaña en las últimas décadas del siglo XIX no era una meritocracia. La movilidad social del novelista fue conseguida no a base de privilegios heredados, sino de duro trabajo. Aquello le impregnó profundamente y acabó fundiéndose con las teorías darwinistas y sus ideas de supervivencia del más fuerte. Vio así el potencial literario que tenía la posibilidad de superponer el discurso “científico” con los conceptos de “clase” y “religión”. De esta forma, a su brillante imaginación y su destreza narrativa, se añadieron una profundidad y sofisticación social que rara vez se vieron en los libros del aburguesado Julio Verne.


Instalado en Londres, ya casado con Isabel, una parienta lejana y de quien se separa pronto, desarrolla una actividad exhaustiva: estudia, investiga, da clases particulares y comienza a publicar en una revista científica sus primeros trabajos de carácter pedagógico. Terminados los cursos de la Escuela Normal, se sitúa como profesor auxiliar en una escuela de mediana calidad donde dejará un recuerdo de maestro exigente, preparado y dotado de excelentes condiciones para la enseñanza. Al tiempo se casa por segunda vez con una antigua alumna, Catherine Rollins, y colabora en diversas revistas y periódicos. Aquellos tiempos de tremendo esfuerzo, unidos a la estrechez económica en que vive, resienten gravemente su salud. Pesa por entonces cuarenta kilos. Una mañana, y luego de un ligero trabajo físico, tiene un vómito de sangre. El diagnóstico es claro: tuberculosis. Abandona la enseñanza y dedica su tiempo a redactar colaboraciones en la prensa, al tiempo que dirige la sección de Ciencias Naturales de una academia de enseñanza por correspondencia, incluyendo el papel que tal práctica podría representar en el futuro y que las actuales universidades a distancia han corroborado.


 


 

Entre 1893 y 1894 Wells escribe una especie de relato fantástico, Los eternos argonautas, que aparece de forma  periódica en la revista «National Observer». Cuando esta revista se cierra, su editor, Henley, crea la «New Review» y desea para ella una novela sensacional, ofreciéndole una cantidad estimable a Wells para que escribiese una, recogiendo el tema de aquel antiguo relato: un viaje al futuro. En quince días de arduo trabajo rehizo aquel material y terminó La máquina del tiempo, que aparece primero en forma de serie y más tarde como libro. Fue un éxito instantáneo. Se hablaba del libro en todas partes. Se vendía. Se calificaba a su autor como hombre genial. De pronto se había convertido en un autor de fama, a quien todos los periódicos pedían colaboraciones. Abandona, aunque no de forma total, el periodismo y se dedica a escribir. En el mismo año publica La visita maravillosa, y en los tres años siguientes tres novelas que cimentaron y acrecentaron su prestigio: La isla del doctor Moreau, El hombre invisible y La guerra de los mundos.


De esta manera, y a los veintinueve años, se halló dueño absoluto de su libertad. Independiente económicamente, y con un prestigio de escritor con imaginación brillante, cálida humanidad y enorme originalidad mental, se encontró en una posición inmejorable. No se durmió en los laureles.
El éxito económico que acompaña sus primeras publicaciones le permitirá a H. G. Wells cumplir una ciega ilusión: tener una casa propia en un lugar ameno y grato donde poder seguir trabajando. Cuando el siglo xx inicia su andadura, el matrimonio Wells se traslada a su nueva residencia: la Casa de las Espadas, y allí, cuidando su precaria salud, haciendo deporte y dedicando la mayor parte de las horas del día a la dura tarea de escribir, pasará los años mejores de su vida. Pronto dos hijos varones alegrarán las paredes de la nada ostentosa pero sí agradable mansión.


En 1883 un grupo de intelectuales había creado en Londres un club político: la Sociedad Fabiana, que propugnaba un socialismo evolucionista y moderado. La preocupación de H. G. Wells por los temas políticos y por el socialismo en concreto era ya evidente aun antes de haberse consagrado como escritor. Una lectura atenta de La máquina del tiempo descubre que la reflexión sobre la posibilidad del socialismo o el comunismo ocupaba su mente. Al poco de publicar Anticipaciones, un ensayo sobre los problemas sociales y políticos de su tiempo, los Webb, fundadores del grupo de los Fabianos, lo convencen para que se integre a ellos. Allí se encontrará con otros miembros destacados de la cultura inglesa, como el autor teatral y futuro premio Nobel, Bernard Shaw, y el filósofo Bertrand Russell. Para aquella sociedad escribió diversos manifiestos y dedicó a su organización y difusión gran parte de sus energías. Su socialismo se basaba en la idea de que el progreso de la humanidad pasaba por la necesidad de erradicar la pobreza e incrementar la cultura. Veía en la educación el arma principal para la transformación del mundo. Resumía sus ideas en el eslogan «El hombre para el hombre», en oposición al comunismo, que lo entendía como «El hombre para el Estado», y al cristianismo, «El hombre para Dios». Su fuerte carácter individualista chocó pronto con las rígidas normas de los Fabianos y su colaboración con ellos no se prolongó demasiado tiempo.


 


 

Su buena posición social, su más que sustanciosa fortuna y el éxito social que lo acompañó durante el resto de sus días no diluyeron sus ideales de buscar y defender la verdad y la libertad. Estuvo siempre al lado de los desventurados y de los perseguidos: apoyó el movimiento sufragista, luchó desde la tribuna de sus libros y escritos periodísticos contra la hipocresía de la moral burguesa, participó activamente en las campañas laboristas y continuó defendiendo la necesidad de educar a la humanidad. Aporta libros de divulgación histórica y científica con esa mira y continúa, dice en su biografía, « dándole cada día al martillo del trabajo literario ».


En pleno siglo XVlll un ilustrado catedrático de Fisiología en la Universidad de Salamanca, don Fernando Mateos Beato, sostuvo la teoría de que la capacidad de amor dependía del volumen del bazo. Según tan excéntrico sabio, cada historia de amor producía la aparición de una señal circular en dicha víscera. Si tal afirmación fuese cierta, un análisis del bazo de H. G. Wells al final de sus años mostraría semejanzas con el corte transversal de un tronco de árbol. Un hombre como él, vitalista y apasionado, no podía menos de atraer con su fuerte personalidad a bastantes mujeres, y ser atraído a su vez por muchas de ellas. Dejando aparte su primera y fallida experiencia matrimonial, dos mujeres ocuparon un lugar destacado en su biografía: Amy Catherine Rollins, su segunda mujer, y Rebeca West, a quien conoció en 1914 y con la que tuvo un hijo varón. Para Wells su ideal femenino era una combinación armónica de atractivo sexual y camaradería intelectual, y defendió, frente a la hipocresía moral dominante, la necesidad de “ un sistema nuevo de relaciones entre el hombre y la mujer, a salvo del servilismo, de la agresión, de la provocación y del parasitismo ”. Sus novelas Ana Verónica y Juana y Pedro recogerán estas ideas. Desde la primera guerra mundial desarrollará una exhaustiva labor dando conferencias, publicando nuevos libros y haciendo oír su voz desde los mejores periódicos mundiales. Su objetivo es conseguir que los hombres superen sus motivos de enfrentamientos, crear una conciencia común entre todos los pobladores del mundo e instrumentar una organización, la Sociedad de Naciones (antecedente de la actual ONU), que gobernase el estado Tierra. La segunda guerra mundial supuso el fracaso de sus esperanzas.


Acosado por los achaques físicos que le habían perseguido a todo lo largo de su vida, tuberculosis y lesión de riñón, se refugió durante sus últimos años en su finca de Easton Glebe, dedicado a la revisión de sus obras completas. El trabajo siguió siendo su horizonte cotidiano. En la tarde del 13 de agosto del año 1946 llamó a su sirvienta y le pidió un pijama. Desde su lecho miró a los amigos que lo acompañaban y les dijo: « Proseguid: yo ya lo tengo todo.» Pocas horas después murió. Como el viajero del tiempo, también él había entrado en el futuro.


 


 

Wells decide escribir la novela después de leer la obra “Scientific Romances” (1884-85) de Charles Howard.  “Scientific Romances” (1884-85) recogía una colección de ensayos, muchos de ellos de corte científico-espiritual, por ejemplo, los algoritmos que se necesitan para la cuantificación del pecado y las virtudes. En otro de ellos afirmaba que el tiempo puede ser interpretado como una cuarta dimensión, algo que Wells leyó con interés, transformándolo de acuerdo a sus necesidades en la verborrea pseudocientífica con que apoyaría su nueva herramienta narrativa: la Máquina del Tiempo. Si el tiempo es una dimensión, como la longitud, la altura y la profundidad, entonces quizá la gente podría viajar por ella. El tiempo es invisible para nosotros sólo porque “nuestra conciencia se mueve intermitentemente” a lo largo de él mientras vivimos. Esta invisibilidad, por cierto, es uno de los temas centrales no sólo de esta novela sino de bastantes de sus relatos cortos; en este caso está subrayado por la noción de que la máquina del tiempo se torna literalmente invisible cuando se desplaza por la corriente temporal.


En la novela, Wells, en ningún momento se toma la molestia de describir la máquina del tiempo como algo plausible. La describe por encima sin dar ningún detalla sobre su funcionamiento. Le bastaba con que los lectores creyeran en ella como algo posible. En 1894, incluyó todas esas ideas en una serie de artículos científicos publicados en The National Observer, cuyo editor fundó una nueva publicación, The New Review. encargando a Wells la conversión de aquellos ensayos en una historia serializada que, a su vez, se convirtió en la primera novela del escritor: “La Máquina del Tiempo”.


 


 

La historia es la siguiente: el viajero en el tiempo (cuyo nombre nunca se nos revela) ha inventado una máquina que permite moverse adelante y atrás en la corriente temporal. La utiliza para trasladarse hasta el año 802.701 y allí descubre que la humanidad ha evolucionado en dos razas separadas: los hermosos pero idiotizados Eloi, que llevan existencias hedonistas y despreocupadas en un entorno paradisíaco; y los salvajes y grotescos Morlocks, que habitan en el subsuelo y quienes, según se nos revela, salen por las noches para devorar a los Eloi. Tras una terrorífica aventura en ese tiempo, el viajero monta de nuevo en su máquina para saltar incluso más lejos en el futuro, contemplando cambios aún más radicales, con la raza humana convirtiéndose primero en criaturas similares a conejos (una escena eliminada de la versión publicada en 1895) y, en una visión de tremenda desolación, en monstruos parecidos a cangrejos arrastrándose por una solitaria playa bajo un sol moribundo. El mensaje estaba claro: la evolución no está siempre de nuestra parte.


El grueso de la acción, no obstante, se desarrolla en el mundo de los Eloi y los Morlocks. Cuando el viajero temporal encuentra a los Eloi reflexiona sobre la civilización que ha encontrado, mezclando el darwinismo con los ideales utópicos. Al poco tiempo de llegar, se da cuenta de que el futuro es muy diferente de lo que él había imaginado. La utopía había fallado: “Bajo las nuevas condiciones de bienestar y seguridad perfectos, esa bulliciosa energía, que es nuestra fuerza, llegaría a ser debilidad”. Efectivamente, la evolución sólo puede aparecer cuando hay competición, riesgo y dolor. Pero Wells pensaba que en ausencia de esos factores, la evolución se transformaba en una especie de involución (aunque este término es incorrecto en términos biológicos) y el progreso no sólo desaparecía, sino que se sufría un deterioro. La raza humana se enfrentaba a un camino de ruina biológica.



En un primer momento, el protagonista teoriza que fueron los acomodados antepasados de los Eloi los que obligaron a los ancestros de los Morlocks a vivir bajo tierra y trabajar para ellos, condicionando así la evolución biológica de lo que en un principio fueron clases sociales (capitalistas y obreros) y acabaron convirtiéndose en razas diferentes. “El gran triunfo de la Humanidad que había yo soñado tomaba una forma distinta en mi mente. No había existido tal triunfo de la educación moral y de la cooperación general, como imaginé. En lugar de esto, veía yo una verdadera aristocracia, armada de una ciencia perfecta y preparando una lógica conclusión al sistema industrial de hoy día. Su triunfo no había sido simplemente un triunfo sobre la Naturaleza, sino un triunfo sobre la Naturaleza y sobre el prójimo”.


Pero no tarda en darse cuenta de que las apariencias le han engañado. Los Morlocks son los verdaderos dueños de la situación por mucho que vivan en oscuros corredores y cámaras subterráneas: mantienen en marcha las máquinas que producen lo poco que los Eloi necesitan pero, a cambio, salen de sus escondrijos por la noche y los cazan para alimentarse de ellos.


 


 

En su momento la crítica recibió la obra como una reflexión sobre la estructura de clases de la Gran Bretaña de finales de ciclo. También tomo en consideración un poderoso intento de anticipación con implicaciones darwinianas. Vieron a los Eloi, como una comunidad neohelenística, como una sociedad de la Grecia antigua en el futuro, con todo lo que esto implica, educación, manera de vivir, etc.. . Por otra parte identificaron a los Morlocks, como una extensión darwiniana del proletariado industrial. Que los caníbales Morlocks se alimenten de los hermosos pero retrasados Eloi constituye una clara y despiadada sátira de la violencia de clases inherente en la Inglaterra del XIX. Por su aproximación evolutiva/social, la crítica, considero a Wells como un "Filósofo", un "Semi-científico" o un "Profeta".


Aunque "El argumento" un viaje al futuro remoto, una descripción del año 802.701. El tema central de la novela es la responsabilidad de los hombres con respecto al futuro. La forma de vida, las costumbres, las crueldades y la decadencia que el viajero del tiempo encuentra en tu su viaje es el resultado de lo que cada generación humana realice en el su presente. Esa es la lección que para mí encierra la novela.


A lo largo de la novela pueden distinguirse dos bloques narrativos diferentes: uno formado por el antes y el después del viaje, en el que predominan los diálogos y escrito en tercera persona, y otro, el relato del viaje en sí, escrito en primera persona, y que contiene el tema central de la novela y la descripción de la sociedad del futuro.


En cuanto al ritmo narrativo. En el primer bloque predomina la intención de acrecentar el interés del lector una vez que se le han dado a conocer los poderes de la máquina del tiempo. La escena en que el modelo a escala reducida desaparece, la aparición fantasmagórica del viajero y la demora que en los contertulios y en los lectores produce la necesidad de éste de comer antes de «contar» lo que todos ansían conocer, es un acierto narrativo relevante, pues materialmente introduce deseos en el lector por saber qué había y cómo era el futuro. El relato sobre el viaje, escrito en primera persona, avanza tanto a base de descripciones fantásticas como por razón de las explicaciones diferentes, «las causas», que el viajero va dando, a sí mismo y al resto, acerca de aquel estado de cosas. El suspense que la terminación de las cerillas inyecta a la acción es también toda una prueba del bien saber narrar del autor.


 


 

La prosa de H. G. Wells no destaca precisamente por su calidad literaria; busca en ella primordialmente la funcionalidad y no la belleza de la palabra o la armonía de la frase. Para H. G. Wells, la literatura -son sus propias palabras- «no es orfebrería y su finalidad no es la perfección; cuanto más se piensa en cómo debe hacerse, menos se logra. Estas debilidades conducen a un camino fatal, que se aparta de todo interés natural para ir hacia el vacío de un esfuerzo técnico, un egoísmo monstruoso de artífice». La calidad de su escritura reside más en su fuerza natural y en su intencionalidad crítica que en valores del lenguaje o técnica literaria. Sin embargo en algunos momentos consigue párrafos de gran calidad poética, y las escenas con Weena en esta novela son leal prueba de ello.


Bajo mi punto de vista se pueden distinguir 5 personajes principales:
La máquina. El artefacto que ha de permitir llevar a cabo tan fantástico viaje es sin duda uno de los personajes principales. Aun cuando su mecanismo y modo de funcionamiento no se describen con demasiada verosimilitud (posibilidad de ser real), su aspecto externo, sus elementos y calidades se describen minuciosamente para que el lector la sienta como existente.

  • El viajero del tiempo. Es el personaje clave de la novela, mediante el cual el autor nos cuenta, al tiempo que la propia materia narrativa, cómo es el futuro, su visión del mundo y de la sociedad. Si al principio de la novela aparece como un sabio lleno de teorías y palabras abstractas, cuando la novela termina, las emociones, miedo, ternura, valentía, sagacidad por las que pasa lo han llenado de una calidad humana que despierta la simpatía del lector.

  • Los Eloi y los Morlocks. Las dos clases de habitantes del futuro se describen como seres de psicología muy primaria. Nada se sabe sobre su pensamiento. La impresión que recibe el lector de la novela es que se trata de dos razas de animales inhumanos o, mejor, degeneraciones del hombre. Es importante observar que, como fiel admirador de las ideas sobre la evolución del hombre de Darwin, el autor los dota de apariencia exterior y potencias intelectuales en coherencia con su medio ambiente.

  • Weena. Esta protagonista es quizá uno de los mejores hallazgos novelescos de H. G. Wells. Un ser primario, asustadizo y débil, pero que por su capacidad de sentir amor, ternura y lealtad representa el único motivo de confianza en la humanidad que se encuentra en la novela.

  • Los amigos del viajero. Los testigos de las palabras del viajero del tiempo, sabios y periodistas en su mayoría, no simbolizan sino la sociedad contemporánea de H. G. Wells con su pluralidad de ideas, su escepticismo y su fe de carbonero. Son un mero pretexto para que se escuchen las teorías que sitúan científicamente, «crean la atmósfera necesaria» al contenido fantástico de la aventura.


 



 

La máquina del tiempo, además de una muy estimable novela de aventuras por la prodigiosa imaginación que el autor pone en ella, constituye un libro de gran valor para quien quiera acercarse a la obra de H. G. Wells, pues combina en ella sus preocupaciones científicas con sus pensamientos sociopolíticos, los dos polos que delimitaron su vida. Aunque se tiene que tomar en perspectiva que es un libro de 1895 y que habrá muy pocas cosas que nos sorprendan (Como anécdota, la primera vez que el viajero del tiempo se encuentra con los Eloi, una de las cosas que más le sorprende es que son veganos, cosa muy habitual en los días que corren). Si queréis leer uno de los primeros libros dentro del género de la ciencia ficción adelante este es vuestro libro.

Ya sé que en la última entrada prometí que estudiaría al gran hermano, pero me tendréis que perdonar, no he tenido tiempo de terminarlo y he preferido abordar una de las primeras novelas de ciencia ficción pero ahora si ….. En la próxima entrada de “La historia detrás de …” visitaremos, esta vez si, al gran hermano.

 

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