lunes, 2 de enero de 2017

Año 1937


Adentrarse en el universo filosófico que, Olaf Stapledon, nos muestra en su novela, seguramente marcará un antes y un después como lectores de ciencia ficción. William Olaf Stapledon, fue un escritor y profesor de filosofía en la universidad de Liverpool. Para los amantes de la ciencia ficción Olaf se considera un clásico imprescindible. Un autor con una profundidad intelectual a la que muy pocos autores se pueden emparejar y, según muchos, entre los cuales me incluyo la principal mente imaginativa del siglo XX.







Nació el 10 de mayo de 1886 en Inglaterra. Fue el único descendiente del matrimonio compuesto por Emmeline Miller i William Clibbert Stapledon. Stapledon nació en la Península de Wirral cerca de Liverpool, Inglaterra. Los primeros años de su vida vivió en Puerto Said, Egipto. Olaf se crio en el seno de una rica y acomodad familia burguesa típica de la Inglaterra industrial. El negocio familiar consistía en abastecer de agua y carbón a los barcos que cruzaban en canal de Suez, lo que obligaba a sus padres a pasar grandes temporadas en la ciudad egipcia. Olaf paso los seis primeros años de su vida en la ciudad egipcia donde se impregno de su ambiente exótico y cosmopolita cosa que influyo en gran medida sobre su carácter.

Durante la Primera Guerra Mundial sirvió bajo objeción de conciencia en una unidad de ambulancias entre Francia y Bélgica desde julio de 1915 a enero de 1919. El 16 de julio de ese año se casó con Agnes Zena Miller (1894-1984), una prima de Australia con la que se reunió por primera vez en 1903 y con quien mantuvo correspondencia durante toda la guerra desde su casa en Sídney. Tuvieron una hija, Mary Sydney Stapledon (1920 - 2008), y un hijo, John David Stapledon (1923 - 2014). En 1920 se mudaron a West Kirby, también en la península de Wirral, y en 1925 Stapledon recibió el doctorado en filosofía por parte de la Universidad de Liverpool. En 1929 escribió su Modern Theory of Ethics, sin embargo, pronto se volcó a la ficción con la meta de alcanzar un público mayor. Su novela Last and First Men, traducida como "Primera y última humanidad", o en ocasiones "Primer y último hombre", tuvo un gran éxito y lo convenció de convertirse en un escritor a tiempo completo.

En 1940 la familia se trasladó al vecino suburbio de Caldy, y después de 1945 Stapledon viajó mucho dando conferencias; visitó los Países Bajos, Suecia y Francia, y en 1948 habló en el Congreso de Intelectuales por la Paz, en Polonia. Asistió a la Conferencia para la Paz Mundial, celebrada en Nueva York en 1949, siendo el único británico al que se le concedió una visa para ello. En 1950, se integró al movimiento contra el apartheid. Poco después, al terminar una semana de conferencias en París, canceló un previsto viaje a Yugoslavia y regresó a su casa en Caldy, donde murió repentinamente de un ataque al corazón. Su viuda y sus hijos esparcieron sus cenizas en la arena de los acantilados sobre el estuario de río Dee, uno de los lugares favoritos de Olaf, que inspiró más de una idea para sus libros. Stapledon falleció en 1950, pero los relatos y las novelas que dejo escritas son un verdadero legado para todos los entusiastas de la ciencia ficción.



La ficción de Stapledon ejerció una gran influencia no sólo en otros escritores, como Arthur C. Clarke tanto “El Fin de la Infancia” como “2001: Una Odisea del Espacio” le deben mucho a su compatriota), sino en científicos que dedicaron su carrera a la búsqueda de otras formas de vida, como el exobiólogo J.B.S. Haldane o los astrofísicos Fred Hoyle, Carl Sagan (uno de los fundadores del programa SETI a comienzos de los años sesenta) o Fred Dyson (la esfera teórica que lleva su nombre fue sugerida, según él mismo confesó, por la lectura de “Hacedor de Estrellas”.

Para entender la novela de Stapledon antes tengo que hacer mención Giordano Bruno (1548-1600) un pensador italiano que, inspirado por el modelo copernicano del Sistema Solar, impartió clases por diversos países europeos, especialmente en las naciones protestantes del norte. Cuando llegó a Venecia en 1591, fue arrestado por la Inquisición, interrogado y finalmente ejecutado en 1600. Ciertamente, la magia y el misticismo jugaban un papel tan importante en el pensamiento de Bruno como la ciencia, pero en el fondo, sus ingeniosas especulaciones sobre la naturaleza del universo eran pura ciencia ficción. Su obra “Sobre el Universo Infinito y los Mundos” (1584) imagina al cosmos como una infinita pluralidad de mundos, cada uno de los cuales puede asimilarse a un organismo vivo. El propio Universo, por tanto, estaba vivo.




300 años después, Stapledon estudio e interpretó todo el estudio de la maravillosa interpretación de Giordano Bruno sobre el universo (aunque no a través de los textos del propio Bruno, sino mediante los filósofos idealistas alemanes del siglo XIX. Immanuel Kant, Johann Gottlieb Fichte, Friedrich Schelling, Georg Wilhelm Friedrich Hegel). Fascinado por todo el estudio Stapledon decidió escribir un libro basado en todo ello. En resumen, a Bruno lo quemó la inquisición por enseñar tales herejías y Stapledon es considerado hoy en día un clásico imprescindible de la ciencia ficción, un autor con una imaginación y profundidad intelectual que para muchos es la mayor mente imaginativa del siglo XX.



Stapledon fue un autor muy diferente al resto de escritores de ciencia ficción contemporáneos. Su mente trabajaba con conceptos que la astronomía, a pesar de lo rápido que avanzaba, aún tardaría veinte años en abordar seriamente. No sería hasta finales de la década de los cincuenta que los astrónomos empezarían a trazar analogías entre las revoluciones científicas en el ámbito de la cosmología y el impacto que supondría encontrar vida extraterrestre. Se sugirió entonces que un contacto alienígena representaría el cuarto escalón hacia la plena integración del Hombre en el Universo tras los sucesivos modelos Geocéntrico, el Heliocéntrico de Copérnico. La revolución que supuso comprender que nuestro sistema solar se encontraba en un rincón alejado de la Vía Láctea y que ésta no era sino una más entre millones y millones de galaxias, tuvo lugar justo antes de que Stapledon escribiera “Hacedor de Estrellas”, su obra maestra y una novela para la que incluso los adjetivos superlativos más extravagantes resultarían insuficientes.



En “La Última y Primera Humanidad” (1930), Stapledon describe la vida en la tierra hasta su destrucción dentro de miles de millones de años. En “Hacedor de estrellas” describe, de manera excepcional el pasado y el futuro de nada más y nada menos que todo el universo. En palabras del propio autor, su objetivo era “explorar las profundidades del universo físico (y) descubrir qué papel juegan la vida y la mente entre las estrellas”.

La novela empieza cuando una tranquila y clara noche, un hombre sube a una colina de la campiña inglesa y se sienta a admirar el cielo y sus estrellas. De repente, de forma involuntaria e inesperada, su mente se separa de su cuerpo, el hombre se encuentra flotando en el universo, donde inicia un vertiginoso viaje por el universo. En cada mundo que visita funde su mente con la de un nativo que, después, pasa a formar parte de una mente colectiva cada vez mayor, a la que se unen también otros viajeros alienígenas que, como él, recorren telepáticamente el cosmos. Su periplo le lleva a recorrer no sólo toda la galaxia sino todo el Tiempo, desde el Big Bang hasta el desolado vacío final, en un crescendo hacia el sobrecogedor clímax, cuando el conocimiento acumulado se convierte en algo difícilmente abarcable y el narrador se acerca a la revelación definitiva: la naturaleza del “Hacedor de Estrellas”.

Stapledon nos transmite que solo podremos llegar a encontrar al Hacedor de estrella al final de la cadena de la vida, cuando la mente y el espíritu alcancen la inteligencia suprema. Cuando al final el hombre, logra llegar a conocer el “Hacedor de Estrellas”, este se nos muestra como un creador, incansable e insaciable, de cosmos de los que entre ellos el nuestro ha sido uno más y no especialmente satisfactorio. El Hacedor es capaz de descartar universos según él lo vea conveniente, de esta forma nuestro universo será eliminado como muchos otros y se verá substituido por otro.

El hombre se da cuenta de la inhumana conciencia del “Hacedor de Estrellas”, no tiene piedad alguna, no hay salvación, ayuda ni redención. Llegados a este punto de la lectura, Stapledon, en un alarde de valentía nos muestra es una frase, bajo mi punto de vista espectacular, la crueldad del Universo: “Se estaba haciendo evidente para nosotros que, si el cosmos tenía algún Señor, no era ese espíritu (Dios), sino algún otro cuyo propósito al crear la infinita fuente de mundos no era paternal hacia los seres que había engendrado, sino alienígena, inhumano, oscuro”.



Por otra parte, se nos describe el Hacedor de estrella como un gran hermano que observa las tragedias y problemas de las formas de vida que pueblan sus universos, pero que carece de motivación para intervenir y corregirlos, considerándolos sólo como algo necesario en el camino hacia su propia trascendencia.

Una de sus creaciones, consiste en la creación de tres universos interconectados entre ellos. En el primero residen dos espíritus a los que cataloga de uno “bueno” y el otro “malo”. Estos espíritus se enfrentan en un macabro juego por la posesión de las criaturas que habitan en este universo. Según el resultado de dicha posesión las almas serán atraídas hacia el segundo o el tercer universo, estos dos universos son descritos y los podemos hacer la analogía entre el cielo y el infierno. Después que el “Hacedor de Estrellas” descarte este universo podemos ver que en el universo donde se encuentra el hombre solo queda un ligero e imperfecto recuerdo de ello. Lo que podríamos considerar la religión.

Esa interpretación de la divinidad carente de Amor y Compasión disgustó enormemente a otros escritores contemporáneos, como C.S. Lewis, cuyas creencias, como veremos, le llevaron por esos mismos años a escribir su propia ciencia ficción de inspiración religiosa, la “Trilogía de Ransom” .



En el momento de su publicación, la crítica se prosto y reverencio la novela. Tanto los críticos como astrónomos académicos y estudiosos. Lamentablemente la novela sigue siendo a día de hoy una gran desconocida entre la mayoría de los lectores de ciencia ficción la actualidad. La novela no especialmente larga o que el estilo sea anticuado o difícil. Personalmente creo que es debido a varias razones, en primer lugar, “Hacedor de Estrellas” tiene una profundidad y densidad filosófica: tal y como afirmaba Kim Stanley Robinson de ella: “cada pocas páginas se encuentra todo el material de una novela de ciencia ficción ordinaria condensado en algo cercano a la prosa poética”; opinión compartida por Jorge Luis Borges, quien dijo que “en un libro de Stapledon hay ideas para cincuenta escritores”. En segundo lugar, nos encontramos con una novela, que podríamos decir que nos es una novela arquetipo. La novela carece de argumento, los personajes son inexistentes y al mismo tiempo inabarcables. La historia está claramente delineada con saltos en el tiempo hacia atrás y hacia adelante. Lo que nos encontramos en esta novela es más una visión metafísica especulativa, un viaje espiritual escrito en forma de poema cósmico (no en verso).

 Así, el problema, al menos desde un punto de vista narrativo, es que todas las ideas que vierte Stapledon en su libro rara vez superan el nivel de boceto. Él no estaba interesado en contar ninguna historia ni profundizar en las particularidades de su larga lista de especies y sociedades alienígenas (centauros, humanoides diversos, equinodermos, naves inteligentes, seres vegetales, simbiontes, razas con mentes compartidas…), sino que las utiliza para reflexionar sobre la propia esencia de la Humanidad e introducir comentarios sobre nuestras sociedades. Dado que el libro fue escrito por un pacifista inglés en los oscuros días del fascismo y el nazismo, no debe sorprendernos que establezca una relación directa entre las formas de vida inteligente y la guerra, pero no por ello deja de existir un optimismo subyacente respecto a la capacidad de la Humanidad para superar sus inclinaciones animales y jugar un papel relevante en el futuro espiritual del cosmos.

Profesor de Psicología, Historia y Filosofía en la Universidad de Liverpool, Stapledon se sorprendió al ver su trabajo calificado de ciencia ficción, quizá porque en aquellos años el género se identificaba con historias de mediocre calidad literaria trufadas de tópicos (héroes espaciales, damiselas en peligro, astronaves, tecnología exuberante…) No hay naves espaciales aquí, el viaje se realiza merced a la pura voluntad del narrador; pero aun así el lector nunca duda de esa premisa ya que se halla estrechamente unida al mensaje último del libro: que tras el velo de realidad no hay nada excepto la voluntad misma.  “Hacedor de Estrellas” sí es ciencia ficción, puesto que no sólo se pregunta sobre el origen del universo en términos racionales, sino que incluye alienígenas de exóticas biologías, variados ecosistemas, viaje interestelar, terraformación, utopías, imperios galácticos y telepatía, todo ello material propio del género. Sin dejar de ser ciencia ficción, el libro es al mismo tiempo una obra filosófica que trata de casar el pensamiento científico con la religión y descubrir terrenos comunes.


En los tiempos que corrían, la astronomía estaba experimentando y proporcionando una nueva visión del universo y bajo este escenario Stapledon fue sin lugar a duda un pionero en plantearse la posibilidad de vida fuera de la tierra y la visión de un universo en constante expansión. Esto fue posible ya que a mediados de los años veinte se realizaron revoluciones del conocimiento a gran escala, que afectaron y borraron muchas de los esquemas establecidos por el hombre hasta ese momento. La Teoría Heliocéntrica de Copérnico, la Teoría de la Evolución de Darwin, el establecimiento de la edad de la Tierra, La Teoría de la Relatividad de Einstein… todas ellas iban arrinconando al hombre a una pequeña esquina de la Creación.

Stapledon, con esta obra, dio un puñetazo encima de la mesa diciéndonos al mundo entero insignificantes que somos ante la inmensidad del espacio y el tiempo. “Hacedor de Estrellas” enfatizaba la poca importancia de la Humanidad a las puertas de un nuevo e inconmensurable cosmos, un cosmos que acoge fenómenos y seres que nuestra inmadura especie es incapaz de asimilar: nebulosas y estrellas dotadas de una sutil inteligencia con la que apenas se puede contactar, organismos de dimensiones planetarias, ingeniería a escala galáctica, luchas entre enormes imperios, trayectorias evolutivas de millones de años, comunicación telepática a escala inimaginable, el dominio final de la entropía…

La lectura de la novela no es fácil de recomendar, no es una lectura fácil, no es una de esas novelas que coges sin saber lo que te vas a encontrar. Posiblemente, si se inicia la lectura de “Hacedor de estrellas” bajo esta premisa, el lector terminara dejando la lectura. El lector tiene que buscar, no solo una historia de ciencia ficción de puro entretenimiento, tiene que buscar un reto intelectual en una lectora en la que el lector debe amoldarse y dejar fluir por sí sola, reflexionando en pequeñas dosis y sin forzarla a nada. La visión de Stapledon de un infinito rebosante de vida tratando de comprender su lugar en el gran baile cósmico y la serie de universos alternativos paralelos unidos por leyes físicas distintas a las que rigen el nuestro, convierten a esta obra no sólo en la más importante de su autor, sino en una de las más sugestivas y profundas de la historia del género. Por su radicalidad, así como por su valiente intento de reconfigurar la metafísica de la creación, la ética y la escatología bajo la forma de una estructura cósmica, “Hacedor de Estrellas” es una obra maestra sin precedentes ni sucesores. Una novela que debería figurar en toda biblioteca de un buen amante de la ciencia ficción.



En el próximo post de La historia detrás de … analizaré otro libro de este autor y su relación con los perros. ¿Alguna idea?

Nos leemos.





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